miércoles, 22 de mayo de 2019

Orlando, Puerto Rico



Como buen puertorriqueño que soy hace unas semanas viajé a Orlando, Florida con la idea de mudarme a los Estados Unidos continentales esperanzado de que la Gran Nación Americana me abriera los brazos de la plenitud económica dándome miles de dólares. Embuste. Fui a visitar a mi hermana a ver como carajo es eso allá.

Lo primero que pensé al estar en Orlando es que no habían hoyos en la carretera ni tecatos en las luces. Lo de lo hoyos me agradó pero extrañé a los tecatos. El pensamiento “Esto es un Puerto Rico mejorado” estuvo presente en mi mente al ver tanto boricua y escuchar tanto reggaetón en Estados Unidos. 

En el Florida Mall almorcé en El Mesón Sandwich y noté que todos los empleados hablaban español. Le pregunté a la cajera si todos los empleados eran puertorriqueños, me dijo que no, pero si todos eran latinos. Le dije que ella se notaba que era puertorriqueña y me contestó: “Si, ¡yo soy de Ponce y se dice empanadilla!” De la emoción le di la mano y me fui a esperar la comida pensando en algo de sociología y el traslado poblacional que va ahí pero que todavía ni me acuerdo.

En ese centro comercial me sentía mayoría por ser puertorriqueño y hablar español. Se puede decir que en Florida me sentía más puertorriqueño que en Puerto Rico. Una especie de la distancia crea añoranza colectivo que une a los de la diáspora. Todas las personas que me cobraron en ese mall eran puertorriqueños. Nunca hablé inglés. Era como si la nueva fuerza trabajadora (por no decir esclavos) de Florida son los puertorriqueños. En una caminando por el mall pensé que vi a una pornstar latina de BangBros midiéndose unas Jordan en Foot Locker pero era solo mi queso atrasado haciéndome ver espejismos en tierras lejanas.

Tengo que aceptar que me gustó Orlando. De Florida solo había ido a Miami y fue para la época de Elián el balserito cubano bastardo. Donde vive mi hermana (que no voy a revelar) (odio al chota) todos eran puertorriqueños y morenos. Me sentía bien jíbaro sorprendido por todo y me alegraba. Me gustó tanto Orlando que no necesité beber ni fumar para pasarla bien.

Al otro día le compré $40 pesos de crippy a un tipo de Maricao vecino de mi hermana. Por la noche volvimos a su edificio que era número 1072 a beber Medalla y a fumarnos un moto. Me daba risa pensar que a pesar de estar en Gringolandia me estaba fumando un moto en la mil setenta y dos. Asociación Ñeta 1.50 D’ Corazón. #RipBlancoFlake #FreePapoCachete


Como siempre sucede en esos casos empezaron a hablar y ahí pude ver como vive el boricua residente en Florida el día a día. Muchos trabajan turnos de 11 o 12 horas y lo ven como normal. Si no puedes matar las Leyes Laborales de Puerto Rico pues mueve los trabajadores boricuas a un lugar donde no haya leyes que protejan ese inevitable dolor de espalda explotador. 

Encontré que el año del éxodo criollo fue 2017. La mayoría de las personas con las que hablé llegaron justo después del huracán María cuando todavía no había luz. Nunca había sentido tanto la mente colonizada del puertorriqueño como en Florida. Todo lo que es malo es Puerto Rico. Cuando un puertorriqueño residente de Florida quiere decir que algo es malo en Estados Unidos dice: “Chacho no, eso es Puerto Rico.” Ninguno puede hacer la relación entre que Florida está alante y Puerto Rico jodío porque se llevan nuestras ganancias para allá. Todos saben donde queda Jacksonville, Florida pero ninguno sabía que esa economía se debe a la Ley de Cabotaje ya que todos los barcos con mercancía que llegan a Puerto Rico salen de sus puertos.

Hay tanto puertorriqueño en Orlando que se siente como si Puerto Rico fuera un salero y están adobando a Florida con nuestra mano de obra. Mientras pensaba esto veía el Instagram del graffitero capitalista Alec Monopoly que acaba de comprar una casa millonaria en Dorado gracias a las exenciones de la Ley 20 y 22. Era inevitable pensar lo que decía Albizu en los años ‘30s de que el plan de Estados Unidos era vaciar a Puerto Rico de los puertorriqueños y que se mudaran los gringos a Borikén.

“Ellos quieren la jaula, no al pichón.”

No sé si este movimiento poblacional de la Segunda Gran Emigración Boricua (la primera siendo la de Nueva York en los años ‘40s) sea algo orgánico de nuestra nación o algo planeado por los amos de los puertorriqueños. Lo que si sé es que cuando ese avión aterrizó de vuelta en Puerto Rico aplaudí duro con cojones y grité: “¡Puñeta, llegué!”